There’s a lady who’s sure
All that glitters is gold
And she’s buying a stairway to heaven.
When she gets there she knows
If the stores are all closed
With a word she can get what she came for.
Ooh, ooh, and she’s buying a stairway to heaven.
Led Zeppelin, Stairway to Heaven
Primera toma
El fenómeno mediático suscitado alrededor del estreno de la saga The Lord of the Rings dirigida por Peter Jackson, puso a la vista del público tierra poblada por orcos, elfos y hobbits,, quienes entre efectos especiales, peleas y alguna que otra noción de leyenda o mito, lograron un indudable éxito en las pantallas cinematográficas a nivel mundial.
En términos monetarios, las tres partes han recaudado, desde el año 2001, cerca de dos mil millones de dólares (All-Time Worldwide Box Office, 2008). El éxito de esta historia de seres fantásticos es incuestionable, y las razones pueden ser variadas.
La promoción de las cintas, la resolución digital de las situaciones imposibles en la vida real, el carisma de los personajes y de los actores que los encarnan, la sutil música Howard Shore, los paisajes de Nueva Zelanda y los tres años de producción, son parte de la respuesta.
Criticable por detalles, todo lo dicho anteriormente funcionó para generar la articulación de diversos lenguajes que despertó el interés de propios y extraños hacia un lugar llamado Tierra Media, sitio creado por un filólogo vuelto profesor universitario de nombre J. R. R. Tolkien.
El autor de la historia tuvo que crear, a mediados del siglo XX, personajes y un mundo donde se hablaran las lenguas que inventaba. Las construcciones llevadas a la pantalla gracias a la tecnología se inspiran en la creatividad de un políglota que desde su infancia contempló a una sociedad cada vez más invadida por artefactos que alteraban la naturaleza y que alejaban al hombre de su verdadera esencia.
Pero la historia va más allá. La complejidad de los temas tratados, que expresan los motivos más profundos del ser humano, sirven de marco para la difusión de una serie de valores universales que orientan la toma de decisiones de propios y extraños en aquel mundo presentado en bellas imágenes que simbolizan algo más allá que criaturas desconectadas de una “realidad” positivista. Lo fantástico se consagra, en la obra del autor inglés, como una forma de enseñar a vivir éticamente, con la referencia axiológica que la verdad de los tiempos exigía.
El anillo
La historia de The Lord of the Rings culmina con el establecimiento de la Edad de los Hombres en la Tierra Media. Las tres partes de la aventura (The Fellowship of the Ring, The Two Towers y The Return of the King), llevadas al cine por Jackson en igual número de entregas, narran las peripecias de un hobbit, Frodo Baggins (Elijah Wood) transportando un anillo, conocido también como el Único, hacia su destrucción.
El simbolismo del anillo ha sido tan variado universalmente como fructífero en los discursos religiosos, artísticos, culturales y sociales. Es constante en las cosmogonías milenarias occidentales y orientales, así como en las creaciones contemporáneas. Simboliza tanto la sumisión como el poder. Marca linaje o las condiciones mágicas de su poseedor. A su vez, es signo del lazo con el mundo y de la continuidad de la vida (Chevalier y Gheerbrant, 1986; Biedermann, 1993).
Por ello, más que un objeto estético, como se podría pensar por su trabajo gráfico en las películas, el anillo debe considerarse como un objeto sobrenatural fundamental para la historia en cuestión. Dicho anillo, formado por Sauron (protagonizado espectralmente por Sala Baker), tiene como objetivo controlar a los otros anillos de poder (nueve para los hombres, siete para los enanos y tres para los elfos) (Foster, 2001, p. 421).
Si algún mortal (con excepción de los enanos) posee el anillo, no perece, pero sí es afectado por la maldad y la oscuridad. Esa destrucción de su poseedor o de sus perseguidores es llevada a la pantalla gracias a la actuación de Andy Serkis y a serias tecnologías de efectos especiales en el personaje de Gollum y de la visualización de los nazguls.
El anillo, pues, representa el poder. Quien lo prueba, quien lo usa, va a ser víctima de una especie de adicción funesta. La saga de The Lord of the Rings no puede verse como una simple historia de aventuras, de caballeros con espadas y de monstruos malvados puestos sin razón en un universo distinto. La Tierra Media cobra su sentido y su justa dimensión cuando se le explora semiológica, hermenéutica y filosóficamente.
El poder, se dice, corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente. La crítica al poder por parte de Tolkien va a en ese tenor. La posesión del anillo induce a la posesión absoluta de todo para privarlo de su justo significado y sentido. Es la reducción, en términos lopezquintasianos, de las personas (en este caso, Hobbits, Elfos, Hombres y demás) a la condición de objetos, un deceso en las posibilidades creativas de encuentro y formación (López, 1998, 2003). El Ojo de Sauron es unidireccional: le gusta ver, manipular y controlar, mas no es capaz de una entrega activa y constructiva.
A través de esta narración mitológica, Tolkien nos muestra el tema humano de la lucha contra el poder absoluto: un poder que desconoce el sentido de la vida y de las dimensiones de la realidad, cegado a las posibilidades de encuentro por su obsesión por dominarlo todo y no permitir la libertad creativa de los otros habitantes de la Tierra Media.
En medio de alguna parte
La historia de Peter Jackson, como director, se concreta a 14 productos realizados desde 1976; antes de la saga en cuestión, se dio a conocer en 1994 por Heavenly Creatures. Como productor, tiene un currículum un poco mayor.
En contraparte, la historia de Tolkien, como escritor, es extensa y variada, pues es ensayista, poeta y narrador, además de ilustrador (buena parte de los escenarios y de las caracterizaciones cinematográficas se basan directamente en sus dibujos).
Lo que apreciamos en la pantalla es una parte mínima de su pensamiento y de sus palabras. Tolkien es notable entre la crítica literaria por su análisis sobre Beowulf, el primer poema anglosajón que en fechas recientes tuvo su aparición en las pantallas con no muy buena fortuna.
Las preocupaciones académicas de Tolkien estaban inspiradas no sólo en su conocimiento de lenguas contemporáneas y antiguas, sino en su fe católica. El autor inglés procuraba insertar en sus escritos los valores propios de su religión, centrando sus preocupaciones en el correcto significado del mito y las posibilidades de trascendencia humana que implica la creación artística.
En el ensayo Sobre los cuentos de hadas, señala las funciones básicas de la literatura fantástica: la renovación, la evasión y el consuelo. Para Tolkien, la literatura permite recobrar la salud espiritual, mostrar opciones distintas ante un mundo sin alternativas aparentes y servir de soporte ante los grandes problemas de la vida (Tolkien, 2002).
The Lord of the Rings debe ser tomada como toda buena épica fantástica, es decir, puede cubrir para el espectador cualquiera de las funciones señaladas. Después de todo, lo narrado es la historia de una eucatástrofe –en palabras de Tolkien– en la que, ante una situación de destrucción total, la verdadera transformación, el evangelium, es factible (Tolkien, 1993, 2002).
Cabe señalar que, a diferencia de The Chronicles of Narnia, del amigo personal de Tolkien, el también británico C.S. Lewis, la historia del anillo no es una analogía bíblica sino la composición de un mito, o mejor, de una cosmogonía completa que brinda las respuestas al espectador dentro del sistema de significación enunciado. Si bien las interpretaciones para la saga se complementan con el conocimiento enciclopédico del receptor, no es una traducción de otras historias fundacionales sino una vuelta a los grandes motivos de la humanidad.
Al apelar a los preceptos universales como las cosmogonías clásicas, The Lord of the Rings se consolida como un espacio para la formación axiológica, tanto en su versión cinematográfica como –y con mayor profundidad– en su versión literaria original.
Aprender lo universal
La historia de la Tierra Media es, en el sistema mitológico tolkeniano, la historia del origen del mundo conocido. Lo que allí sucedió orienta y dirige la historia del hombre occidental. En los mitos fundacionales se encuentran las explicaciones de nuestras batallas y de nuestras alianzas. Se postulan, además, los valores que inspiran los mejores actos y los antivalores que rompen con el bienestar comunitario.
En el libro Espiritualidad en “El señor de los anillos” de Tolkien, de Mark Eddy Smith (2003), se hace un recorrido por los tres volúmenes de la obra deteniéndose, brevemente, en cada pasaje para mostrar los valores que se pueden encontrar a través de sus páginas.
La simplicidad de los hobbits, la generosidad de Bilbo (interpretado en la película por Ian Holm) a diferencia de Smeagol, la amistad de Merry (Dominic Monaghan), Pippin (Billy Boyd) y Sam (Sean Astin), la hospitalidad de Tom Bombadil (personaje desaparecido lamentablemente en la versión cinematográfica) y la fe en los valar y en los elfos, son los primeros ejemplos que pone Smith ante los ojos del lector.
Otros valores también serán ejemplificados con pasajes determinados, así como rasgos propios de la espiritualidad humana: la perspectiva, la comunidad, el sacrificio, el asombro, la tentación, el fracaso, la enmienda, el sufrimiento, la resurrección, la humildad, la providencia, la confianza, la confiabilidad, la sabiduría, la esperanza, la imaginación, la sumisión, la mayordomía, el valor, el júbilo, la insensatez, la perseverancia, la justicia y, por supuesto, el amor.
El esfuerzo es notable y aplaudible. Pero lo que permite la narración de una historia como ésta es el entrecruzamiento complejo y complementario de cada uno de estos términos, por lo que verlos por separado implica una simplificación distinta de la obra.
Los personajes de Tolkien no son unidimensionales (y quizás yerre por ello la adaptación de Peter Jackson, Fran Walsh y Philippa Boyens); tienen procesos de transformación individuales profundos y contrastantes. Cada uno recorre un camino de vida distinto.
El héroe de Tolkien es cristiano: no tiene grandes poderes, sino que a través de las acciones inspiradas en valores impacta al mundo narrativo en el que se desenvuelve.
En los tiempos en que Tolkien gestaba y publicaba las historias de la Tierra Media, autores como Vladimir Propp, Mircea Eliade y Joseph Campbell se preguntaban por la constitución de las historias universales, por cómo el héroe se transformaba en viajes y epopeyas, generando el sentido de las narraciones y, al final de cuentas, de la humanidad completa (Forzán, 2007).
Un pasaje
A manera de ejemplo, y sin pretender agotar las posibilidades de análisis de la obra, tanto en su versión cinematográfica como original, podemos escoger cualquier pasaje y adentrarnos hasta sus connotaciones más ricas, pero cuya disquisición sería imposible abarcar en este espacio. Por ello, a continuación se muestra sólo un esbozo.
El capítulo séptimo del segundo libro de The Fellowship of the Ring, presenta el pasaje conocido como “El espejo de Galadriel”. En el texto hay una descripción pormenorizada de Caras Galadon y de sus condiciones vida. Destaca el respeto de los elfos hacia Galadriel (que en la película es interpretada por Cate Blanchet), hija de Finarfin, líder en revueltas contra el mal y reina de Lórien, a quien se le otorga uno de los anillos de poder.
Galadriel también es conocida como Altariel, Señora del Bosque y Señora de la Magia. A ella se encomiendan los caminantes, por lo que algunos estudiosos tolkenianos la han comparado con la Virgen María para los peregrinos medievales. Después de darles la bienvenida a todos los miembros de la Comunidad del Anillo, Galadriel es notificada de la caída de Gandalf (personificado en el celuloide por Ian McKellen). Tras el mensaje de la reina, Gimgli (John Rhys-Davis) le dirá que ella está por encima de todas las joyas de la tierra.
Galadriel señala que el éxito de la misión de Frodo será posible si todos los miembros de la Comunidad están unidos, para después mirar en sus pensamientos sobre la forma más cómoda de pasar los días futuros. Los miembros de la Comunidad duermen en ese lugar sin mal. Se quedan unos días y lamentan la pérdida de Gandalf, incluso Frodo compone una canción.
Mientras éste y Sam pasean una tarde, deseosos de ver alguna magia élfica, Galadriel los invita a acercarse a un pilón de plata que llena hasta el borde de agua y que recibirá su aliento; les da la opción de mirar en su espejo. La dama les indica: “Puedo ordenarle al espejo que revele muchas cosas […] y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver. Pero el espejo muestra también cosas que no se le piden, y éstas son a menudo más extrañas y más provechosas que aquellas que deseamos ver.” (Tolkien, 1991, p. 486.)
Sam se acerca al espejo y observa a Ted Arenas derribando árboles en la Comarca, como parte de un proceso de destrucción del hogar hobbit, por lo que el regreso a casa le resulta tentador. Galadriel lo hace consciente de la decisión que tomó previamente y que el jardinero desconoce; Sam lamenta su destino.
Frodo es dejado en libertad para que observe o no el espejo. Al hacerlo, tras la visión de su propia historia, se encuentra con el Ojo de Sauron. Galadriel le dice que allí está protegido, pero que si fracasa en su misión, los elfos caerán en las cañadas y el olvido. Afirma: “Del destino de Lothlórien no eres responsable, pero sí del cumplimiento de tu misión.” (Tolkien, 1991, p. 490.)
Posteriormente ella lamentará la construcción del anillo. Frodo le ofrece entregárselo por su prudencia. Ella confiesa que ha pensado en tener el anillo. Y ahora que se lo ofrecen, podría ser “hermosa y terrible como la mañana y la noche […] como el mar y el sol y la nieve en la montaña”.
Por el poder de su propio anillo, Galadriel queda iluminada en medio de la oscuridad, creciendo ante los ojos de Frodo. Un instante después, regresa a su belleza, a su sencillez y a su dulce voz. Afirmará que ha pasado la prueba y que asumirá su marcha hacia el oeste, como Galadriel.
Ante la duda de Frodo, le explica que el hobbit no debe usar el anillo, pues no tiene el entrenamiento de voluntad para hacerlo. Sam expresa su deseo de que Galadriel porte el anillo para que arregle todo, pero la dama le aclara que las cosas terminarían de otra forma.
El pasaje abarca todo un capítulo. Enuncia ejemplos de orden (la jerarquía de los elfos), de obediencia (la correspondencia a los protocolos nobiliarios), de confianza (de Frodo hacia Galadriel), de autoconocimiento (el viaje introspectivo del espejo es una buena forma de plantearlo), resaltando las enseñanzas sobre el poder (la renuncia de la Dama del Bosque a poseerlo). Quien se acerca a éste tiene que ser consciente que se le puede revertir, que el poderoso olvida su esencia, desconoce su destino y que, por tanto, hay que saber de lo que uno es capaz. La lectura en sí del texto permite descubrir, a quien la practique, una gama de valores que terminarían reducidos a formulismo si se les mencionara por completo; a través de la experiencia lectora, el descubrimiento transforma y posibilita el conocimiento axiológico que se ha descrito anteriormente (López, 1986).
En la película, la cortesía es olvidada por una condición de terror y amenaza; es Gimgli quien pone el apelativo “bruja” a Galadriel. El miedo se incentiva por la voz en off de Galadriel y el rostro azorado de Frodo. Se resaltan algunos aspectos visuales del hogar de los elfos, y Galadriel se manifiesta poderosa en cuanto a penetrar en los pensamientos de los viajantes desde un inicio (particularmente de Boromir, quien más tarde traicionará a Frodo), por lo que se contacta mentalmente con el joven Baggins.
El lamento por Gandalf proviene de los elfos, y sólo puede entenderlo Légolas (Orlando Bloom). Boromir (Sean Bean) sufre desesperanzado y llora por su padre, y la gloria de la Ciudad Blanca con Aragorn (Vigo Mortensen).
En la noche, Frodo se despierta para seguir a Galadriel, quien lo invita a mirar en el espejo, prácticamente con el mismo diálogo que en el libro. La actitud es más seductora y, por tanto, menos transparente que en la historia original.
Lo que ve el hobbit, entre otras imágenes, es una Comarca esclavizada por las tropas de Saruman (Christopher Lee) y finalmente al Ojo, a quien casi roza con el anillo. Se desprenderá de la visión con un movimiento violento de su brazo. Galadriel le advierte que eso pasará si él falla y le dice que ha comenzado a disolverse la Comunidad, por lo que su papel como héroe será fundamental.
Al ofrecerle el anillo, Galadriel se acerca con la mano temblorosa y mientras habla, repitiendo el diálogo acotado del texto, se ilumina por sí misma convirtiéndose en una monstruosidad.
Frodo le dice que no podrá hacerlo solo. Ella le dice que los portadores de los anillos siempre están solos. El hobbit manifiesta su temor, y Galadriel le dice: “Aún la persona más pequeña, puede alterar el rumbo del futuro.”
En aproximadamente 12 minutos, Jackson resume y simplifica varios pasajes del libro, aumentando el dramatismo de la misión y subrayando el papel protagónico de Frodo. Aunque permanece la enseñanza de Galadriel en cuanto al rechazo del poder, se omiten hechos que en el libro original profundizan el sentido de lo comunitario. Por ejemplo, Frodo solo mientras Sam duerme, por mencionar alguno.
El pasaje es más basto en el libro para la enseñanza de los valores, aunque el cine tiene la ventaja de ser una puerta de entrada a la difusión de la obra. El costo que se paga es el reduccionismo.
De otras comarcas
Como otras películas que la precedieron, la promoción de The Lord of the Rings contó con todo el andamiaje mercadológico conocido: espectaculares, anuncios en diversos medios, páginas oficiales, objetos para coleccionistas, juguetes y álbumes de estampas; efecto que fue continuo hasta el lanzamiento de las versiones extendidas, pasando, desde luego, por estrenos especiales de la segunda y tercera partes.
El mundo de Tolkien se puso de moda, estaba en la boca de los países del primer mundo. Sin embargo, y esto es importante resaltar, la Tierra Media ya era conocida y respetada por artistas plásticos como Alan Lee y John Howe.
Grupos de rock legendarios como Led Zeppelin y contemporáneos como Blind Guardian, encontraron en The Lord of the Rings inspiración para sus composiciones. Asimismo, la banda Marillion obtuvo su nombre de The Silmarillion, texto que sintetiza la historia antes y durante la Guerra del Anillo.
Se ha comentado, incluso, que The Beatles pretendieron llevar a la pantalla las aventuras de Frodo. Lo cierto es que Ralph Bakshi, en 1978, dirigió una versión animada de la historia que recibió una nominación a los Globos de Oro.
Por su parte, Christopher Tolkien, siguiendo los apuntes y ahondando en la obra de su padre, se ha dado a la tarea de complementar los libros inconclusos de la Tierra Media y ha escrito una docena de volúmenes que complementan la historia. Tolkien es referencia para estudiosos universitarios de la talla de Harold Bloom. La comunidad académica lo ha seguido de cerca, al grado que en la Universidad de Oxford (donde era profesor) se le rinde un permanente homenaje por medio de un par de árboles que manifiestan su memoria.
Al construir una historia inspirada en los valores perennes del humanismo cristiano, la obra de Tolkien rebasa la simplicidad de una moda y se inserta en la complejidad de lo fantástico. Porque si bien es cierto que la versión de Jackson redescubre la visualidad de los pasajes y genera ciertas ventanas para los espectadores contemporáneos, sus adaptaciones no pudieron cubrir la complejidad de la trama. Pasajes memorables fueron omitidos hasta de las versiones extendidas, y la musicalización, aunque disfrutable, no engloba las posibilidades de crear vida y espíritu comunitario que a dicho arte le otorga la versión literaria.
El cine, como un aliado incómodo de la literatura, permite la difusión de la historia entre las generaciones que se han entendido más cercanas a lo visual que a lo textual. En medio de las articulaciones y los montajes de los distintos lenguajes que permite el cine, en medio de esa escultura en el tiempo, la voz del narrador es fundamental y fundacional, distinta y distante de los grandes reflectores, pues palabra otorga sentidos, mitos y razones.
Las historias fantásticas, al apelar a la constitución del espíritu humano, son un espacio ideal para la formación de las personas y su orientación hacia la finalidad última de su existencia. Contarlas es contribuir a la construcción de un futuro más esperanzador y confiable.
Referencias
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