La expresión “pensamiento comunicacional” es sugerente, como muchas otras que circulan en los ámbitos académicos dedicados al estudio de la comunicación en todas partes del mundo, que se debaten constantemente (y en apariencia constitutivamente) entre la afirmación de una identidad propia en tanto empresa intelectual, y la necesidad de justificar la inversión de recursos sociales en su institucionalización. En la última década del siglo XX dos libros de gran erudición y agudeza crítica actualizaron la historización necesaria de la “idea de la comunicación”: primero, desde el ángulo francés, La invención de la comunicación, de Armand Mattelart (1995), y luego, desde una perspectiva estadounidense, Hablando en el aire: una historia de la idea de comunicación, de John Durham Peters (1999). Desde la introducción de este último texto, el autor problematiza radicalmente:
- En gran parte del discurso contemporáneo, “comunicación” existe como una suerte de plasma germinal malformado e indiferenciado. Rara vez una idea ha sido tan infestada de lugares comunes. […] Porque “comunicación” ha llegado a ser propiedad de políticos y burócratas, tecnólogos y terapeutas, todos ansiosos por demostrar su rectitud como buenos comunicadores. Su popularidad ha rebasado a su claridad. Aquellos que buscan hacer teóricamente preciso el término para el estudio académico, han terminado a veces sólo formalizando el miasma a partir de la cultura más en general. La consecuencia es que el pensamiento filosóficamente más rico sobre la comunicación, tomada como el problema de la intersubjetividad o las rupturas en la comprensión mutua, se encuentra frecuentemente en aquellos que hacen poco uso de esa palabra (Peters, 1999, p. 6-7).
Los debates sobre la naturaleza y alcances posibles del estudio de la comunicación son interminables, y no obstante las confusiones que estos mismos debates ayudan a generar, algunas nociones se imponen temporal y localmente, casi siempre relacionadas con proyectos sociales referidos a cierto tipo de prácticas “de comunicación”, o al menos a ciertas modalidades de institucionalización académica. Esta dimensión institucional, que regula las actividades de enseñanza e investigación y constituye el “campo académico”, resulta ser el espacio social propio para el cultivo y la difusión del “pensamiento comunicacional”.
Una de las formulaciones más elaboradas y conocidas del “pensamiento comunicacional”, expresión que equivale aproximadamente a muchas otras, es la del francés Bernard Miège (1996), claramente ubicada en el debate francés por la legitimación académica de las Ciencias de la Información y la Comunicación, y que sostiene frente a la doble tensión entre “disciplina” e “interdisciplina”, por una parte, y entre la consistencia intelectual y sus usos instrumentales, por la otra:
- La condición de este pensamiento comunicacional aún es profundamente indecisa, ya que al mismo tiempo es organizador de prácticas científicas, reflexivas o profesionales, y respuesta a las demandas de los Estados y de las grandes organizaciones e inspirador de cambios en las mismas; en una palabra, puede estar en el origen o acompañar los cambios en las prácticas culturales o las modalidades de difusión o de adquisición de conocimientos (Miège, 1996, p. 9-10).
Otra formulación que emplea el mismo término, ampliamente difundida desde Brasil por José Marques de Melo (2003, 2007) en los años más recientes, agrega un propósito explícito a la propuesta, al exponer las manifestaciones del “pensamiento comunicacional latinoamericano”:
- La afirmación de la mirada latinoamericana, reivindicando la identidad sociocultural de los estudios e investigaciones que hace medio siglo están en proceso de desarrollo en nuestra megarregión, corresponde al propósito de enfrentar el tradicional complejo del colonizado. Reflejando un tipo de dependencia congénita, esa distorsión de personalidad respalda la producción de marcos teóricos generados en ecologías que están distanciadas de nuestros modos de ser, pensar y actuar. Frente a retos de esa naturaleza el segmento académico de la comunicación en América Latina no siempre reacciona positivamene, adoptando una conducta defensiva en lugar de ocupar el espacio que le compete en la vanguardia de la comunidad científica mundial (Marques de Melo, 2007, p. 16-17).
Con estos dos ejemplos puede quedar suficiente evidencia de que términos como “pensamiento comunicacional” suelen emplearse en un sentido más o menos asociado a una posición en un debate, en una lucha por la dominación (y la denominación) del campo. Es por ello que sirven para reconstruir una historia, en la que ciertos aportes se consideran más valiosos o significativos que otros, para justificar las perspectivas adoptadas en el presente, y para desde ahí trazar líneas de desarrollo y acción futuras.
En ese sentido, aunque “pensamiento comunicacional” ha sido una expresión poco usada en referencia a México, puede servir para estimular la recuperación histórica de los ingredientes presentes en los procesos de constitución del campo académico de la comunicación y, eventualmente, para clarificar sus condiciones. Puede comenzarse con un texto mexicano publicado en 1956, cuando el campo académico de la comunicación en México estaba todavía lejos de ser reconocible, que se incorporó a la construcción de una tradición de investigación sociolingüística y no propiamente “comunicacional”. Es un ensayo de Óscar Uribe Villegas publicado en la Revista Mexicana de Sociología, órgano del Instituto de Investigaciones Sociales de la unam, en el cual se argumenta, a partir de la sociología y la lingüística, la pertinencia de un estudio que aborde más allá “del campo restringido que al lenguaje corresponde”, al “horizonte más amplio –en el que el estudio anterior se enmarca– de la problemática de la comunicación” (Uribe, 1956, p. 566).
- Trabajo penoso y de exiguo rendimiento inmediato este último, ya que el instrumental que en él se emplee ha de tener la más variada procedencia, puesto que debe incluir lo mismo el filosófico que el psicológico, el etnológico que el fisiológico, si se considera que la amplitud del objeto de estudio reta a la especialización y compartimentalización de las ciencias y apenas se ofrece en promisoria entrega a una teoría general del hombre, valga decir, a una antropología filosófica.
Una teoría de la comunicación debe mostrar los diversos modos de comunicación empleados por el hombre en diferentes latitudes y en las distintas épocas de la historia, el grado en que las mismas se asemejan y el grado en el que difieren de las que pueden considerarse como formas animales de comunicación, la proporción en que estos mismos procedimientos de comunicación humana coinciden y divergen entre sí; debe indagar los procesos psíquicos que posibilitan el nacimiento del signo y del símbolo, y aquellos a través de los cuales se hacen inteligibles y comunicables; debe encarar el problema de la relación existente entre el símbolo y la realidad, y determinar si hay entre ambos una adecuación natural o si, por el contrario, la relación que les liga es meramente convencional e imperfecta (lo que lleva de la mano a problemas epistemológicos ineludibles), todo lo cual desemboca, necesariamente, en una valoración de los diferentes sistemas de comunicación, y de cada una de sus variantes como tales medios de comunicación (Uribe, 1956, p. 566).
El ensayo recupera e incorpora diversas propuestas multidisciplinarias, publicadas en los años cuarenta y aún no traducidas al español, como la cibernética de Wiener y la semiótica de Morris, o las obras de antropólogos y lingüistas como Boas, Sapir y Whorf (aunque sin referirlos en su bibliografía), en un marco más filosófico que sociológico. No obstante, el párrafo final del texto apunta hacia una propuesta ambiciosa de integración teórica:
- Los sistemas de comunicación (y muy particularmente el lenguaje hablado), no son elementos pasivos que sufran la influencia de la organización social, de la cultura y de las experiencias individuales sin que, a su vez se conviertan en medios a través de los cuales unos individuos influyen sobre otros en maneras ciertas y determinadas, en instrumentos al través de los cuales se transmiten las culturas y la organización social presiona y moldea la cultura de sus individuos, o mediante los cuales las diferentes sociedades accionan y reaccionan unas sobre las otras, sino que, por el contrario, el estudio de las formas de comunicación en el seno de la vida social ha de revelar al estudioso la forma en que el lenguaje contribuye a su vez a modelar y dar cauces a la vida social, la manera en que contribuye a crear o destruir vínculos e instituciones sociales, la forma en que contribuye a la comprensión o incomprensión entre los pueblos, las vías por las cuales coadyuva a la transmisión y a la participación en la cultura, así como el grado en que del lenguaje depende la aparición de una cosmoteoría o mundovisión en el seno de la sociedad, y consecuentemente, la proporción en que el lenguaje no sólo llega a poner en evidencia, sino incluso llega a regir la articulación de los diversos elementos de la vida social, convirtiéndose con ello en uno de sus núcleos cordiales (Uribe, 1956, p. 582-583).
Aunque este texto es contemporáneo del establecimiento de la licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva de la unam, no hay una relación directa con la fundación del campo académico de la comunicación, como ya se ha señalado, sino en todo caso con un programa de investigación sociolingüística que no parece haber cumplido tampoco la tarea prevista. Pero, en todo caso, pueden reconocerse ciertas resonancias entre su contenido (y hasta su forma) y los conceptos y prácticas que animaron, en las dos décadas siguientes, a algunas de las primeras escuelas mexicanas de ciencias de la comunicación, precisamente las que se abrieron bajo el modelo “humanístico”, como las de la uia (1960), el iteso (1967), la Universidad Anáhuac (1970) o la Universidad de Monterrey (1971). En otros textos he expuesto la idea de que la carrera de comunicación en México se desarrolló a partir de tres “modelos fundacionales”: el de la formación universitaria de periodistas (a partir de los cincuenta), el de la formación de intelectuales humanistas (a partir de los sesenta), y el de la formación de científicos sociales críticos (a partir de los setenta), y que desde entonces lo que se encuentra son mezclas difusas de elementos de los tres, con predominio de los del primero. Pero quizá el hecho más importante sea que el campo académico mexicano, y quizá las distintas vertientes del “pensamiento comunicacional”, se originan en los programas de licenciatura y no en programas de investigación o de posgrado (Fuentes, 2005).
El discurso institucional sobre las licenciaturas basadas en este modelo “humanista” fue expuesto por sus directores en el III Seminario de Comunicación de la Universidad Anáhuac en 1974, ya en plena confrontación con las condiciones inciertas de los mercados profesionales y el crecimiento desmedido de la matrícula (Universidad Anáhuac, s/f). José Cárdenas, en la época director de la carrera en la uia, señaló que “según dicen los documentos que reflejan el pensamiento de los fundadores de la carrera, se pensó que la formación universitaria sería transmitida mediante un cúmulo de conocimientos filosófico-humanísticos, así como de conocimientos relativos a las ciencias económicas y sociales (p. 16).
Cárdenas relató también los procesos de revisión y reestructuración a los que se sujetó la carrera, después de 14 años de operación, cuando se precisaron los parámetros básicos de la formación universitaria y sus fundamentos curriculares. “Pero teníamos pocos elementos proporcionados por la misma reforma académica para realizar también un esclarecimiento y un enunciado un poco más preciso de lo que se entiende por la práctica profesional del profesional en comunicaciones, que para nosotros era importante fijarlo.” (Universidad Anáhuac, s/f, p. 21.) El resultado de la deliberación sobre este perfil profesional, según lo describió Cárdenas, es muy representativo de la idea que proponían a sus estudiantes las carreras “humanísticas” de comunicación a mediados de los años setenta:
- La actividad básica del profesional en comunicación consiste en comunicar, lo cual es un hecho o proceso sociocultural fundamental. El profesional interviene en forma directa en alguno, o en varios o en el conjunto, de los actos de este proceso. Esta intervención se orienta a dos tipos de procesos: por una parte los procesos de comunicación colectiva o masiva, indirecta, pública y unilateral, y por otra, los procesos de comunicación individual o colectiva, directa o indirecta, privada o pública, pero siempre recíproca y con fines claramente específicos e inmediatos de promoción social y desarrollo humano integral (Universidad Anáhuac, s/f, p. 21-22).
La primera de las “formas típicas de intervención” profesional de los comunicadores mencionadas por Cárdenas, es la investigación, definida en dos sentidos: en el “más lato” consiste en “recabar datos de la realidad para formular mensajes”, y en un sentido “más estricto” se entiende como “la aplicación de métodos científicos al conocimiento de una, algunas, o del conjunto de variables de procesos de comunicación para describir, explicar, evaluar, predecir, modificar o inferir características” (Universidad Anáhuac, s/f, p. 22). A la distancia, puede percibirse con claridad la creciente tensión entre el discurso conceptual, que caracterizaba a la comunicación como un “proceso sociocultural fundamental”, uno de los “núcleos cordiales” de la vida social, y las concepciones instrumentales exigidas tanto por las prácticas de formación profesional como, mucho más radicalmente, por los agentes sociales que habrían, idealmente, emplear a los egresados. La presentación de Jorge Villegas en el mismo seminario, referida a la carrera de Ciencias de la Comunicación en el Tecnológico de Monterrey, es ilustrativa al respecto, al justificar de entrada el “enfoque empresarial” adoptado, en lugar del periodismo o el humanismo:
- Un estudio previo del mercado para los futuros egresados de Ciencias de la Comunicación hizo desechar al Tecnológico la idea de orientar la carrera hacia las técnicas de difusión de noticias. Las empresas responsables de esa divulgación no mostraban, en la encuesta, interés primordial por profesionales de la especialidad. Quienes realizaban las tareas específicas de información en ellas, decían, tenían poca preparación académica, requerían poco adiestramiento previo y ganaban sueldos exiguos. Las empresas en general, en cambio, decían estar listas para recibir a profesionales con capacidad para tomar decisiones relativas a programas de publicidad, relaciones públicas y divulgación de información. Más que especialistas para cada uno de esos medios, decían necesitar un profesional capaz de desplazarse de un área a otra (Universidad Anáhuac, s/f, p. 69).
En la Universidad Nacional, representada en aquel seminario por Hugo Gutiérrez Vega, el énfasis fundacional había sido en periodismo, pero para los setenta “el campo de la comunicación social adquirió una gran importancia” (Universidad Anáhuac, s/f, p. 162). Abordando las tensiones prevalecientes, con más de 2 mil estudiantes cursando ya entonces la carrera, en la unam “todavía nos encontramos en la búsqueda de un programa que realmente sepa conciliar los aspectos teóricos con los prácticos y formar comunicadores que logren equilibrar esas dos posiciones que de ninguna manera son contradictorias” (idem). Dos años antes de la transformación de la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva de la fcpys de la unam en licenciatura en Ciencias de la Comunicación, Gutiérrez Vega sintetizaba la dicotomía que, incluso, explicaba “el aislamiento” de la unam respecto a otras universidades (privadas) donde se estudiaba la comunicación:
- Hay una visión del estudio de los medios de comunicación de masas, creo que ésta es la que se adapta a la orientación general del Departamento de Periodismo y Comunicación de la unam: ver en los medios agentes del cambio social. Esta visión se enfrenta a la de los medios manejados por la empresa privada, que considera a los medios de comunicación de masas como reforzadores de las pautas de conducta de la ideología dominante con miras a la inmovilidad, a que nada cambie, y creo que aquí, el estudio de los efectos de los medios de comunicación de masas puede inscribirse perfectamente, si los consideramos como agentes de la inmovilidad social y de la inmovilidad política (Universidad Anáhuac, s/f, p. 167).
A mediados de la década de los setenta se estableció, sobre todo en las universidades públicas que ingresaron entonces al campo de la comunicación, el tercero de los “modelos fundacionales” de la carrera: el que concibió el estudio de la comunicación en términos de una especialidad de las ciencias sociales, particularmente en sus vertientes “críticas”. Gutiérrez Vega sintetizó este proyecto de la siguiente manera:
- Creo que la Universidad no debe tratar con fórmulas de menosprecio la formación de profesionales aptos, desde el punto de vista técnico y teórico, y al mismo tiempo dotados de una visión crítica de la realidad social, que les permita tomar una decisión; es una decisión que en determinados momentos en realidad pertenece a la conciencia del individuo: la decisión relacionada con la alianza, la alianza con la clase hegemónica o la alianza con la clase ascendente, es decir, con la clase trabajadora (Universidad Anáhuac, s/f, p. 167).
Y en relación con la ruptura del “aislamiento” de la unam, Gutiérrez Vega remató su intervención expresando su convicción de “que en esta crítica, universidades como la Anáhuac, la Iberoamericana, la de Monterrey, tienen un papel fundamental que jugar en la sociedad mexicana” (Universidad Anáhuac, s/f, p. 168). No obstante, fue la UAM-Xochimilco, recién creada en 1974, y no la UNAM, la primera de las universidades públicas, con una carrera de comunicación definida plenamente desde las perspectivas críticas de las ciencias sociales, en participar activamente con las instituciones privadas en la creación del Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencias de la Comunicación (Coneicc) en 1976, espacio principal aunque no único, de cooperación interinstitucional y, por ende, de confrontación de proyectos, perspectivas y “pensamientos comunicacionales”.
Puede afirmarse que el “pensamiento comunicacional” en México, como en cualquier otro país, tiene raíces, manifestaciones y desarrollos diversos, pues está indisolublemente asociado con proyectos sociales y académicos distintos, y en muchos momentos contrarios, o al menos divergentes entre sí, cuya coexistencia es fundamentalmente importante. Una manera de reconstruir su historia es comparar los componentes que lo constituyen en el tiempo, pero sin suponer que representan una sola línea de continuidad o acumulación. En todo caso, los documentos, muy poco conocidos como tales, recuperados para elaborar el presente texto, pueden servir para identificar las pugnas de épocas pasadas, las posiciones tanto “teóricas” como “políticas” sostenidas por los agentes más destacados, así como las reestructuraciones del campo académico (y del “pensamiento comunicacional”) a que han contribuido.
En mi trabajo de investigación sobre la estructuración del campo académico de la investigación de la comunicación en México, reconocí tres “momentos” cruciales que podrían corresponder a cambios en la primacía de ciertos modos de “pensamiento comunicacional” asociados a los cambios en la primacía de ciertos tipos de agentes académicos. Propuse entonces que “la co-incidencia, en los últimos veinte años, del cambio en las condiciones del mercado académico mexicano y del cambio en las condiciones epistemológicas del estudio de la comunicación, ha generado ‘coyunturas sistémicas’ para la reestructuración del campo de la investigación académica” (Fuentes, 1998, p. 349). Estas tres “coyunturas sistémicas”, ubicadas aproximadamente en los años setenta, ochenta y noventa, las representé mediante tres juegos de oposiciones, respectivamente: “empiristas” vs. “críticos” (resuelta en favor de los segundos); “fragmentación” vs. “síntesis” (con predominio de la primera) y “extensión de la imaginación utópica” vs. “recuperación del pragmatismo”, apuestas por el futuro que se plantearon como mutuamente excluyentes pero sin resolución clara hasta la segunda mitad de los años noventa. Quizá sería tiempo ya, a principios de 2008, de retomar el proceso de interpretación planteado entonces, y documentar con detalle los múltiples y muy variados fenómenos que han caracterizado al campo académico en la última década.
Desde una perspectiva como ésa, sería muy pertinente analizar la diversidad de “pensamientos comunicacionales” que se cultivan actualmente, sobre todo como tendencias de investigación, más o menos relacionadas con los programas de licenciatura y posgrado, pero sin articulaciones consolidadas. Y contrastar, en una perspectiva histórica, los núcleos de sentido que permanecen, así como las propuestas que emergen, como los múltiples acercamientos relacionadas con los “nuevos medios”, o la viabilidad de una “comunicología posible” (Galindo, 2005), por ejemplo. El campo académico de la comunicación, visto desde sus escalas cognitivas o intelectuales y desde sus condiciones epistemológicas, es un buen objeto de estudio que vale la pena, teórica y prácticamente, hacer evolucionar.
Referencias
Fuentes, R. (1998). La emergencia de un campo académico: continuidad utópica y estructuración científica de la investigación de la comunicación en México. Guadalajara: iteso-Universidad de Guadalajara.
Fuentes, R. (2005). La configuración de la oferta nacional de estudios superiores en comunicación. Reflexiones analíticas y contextuales. México: Anuario Coneicc de Investigación de la Comunicación, (12), 15-40.
Galindo, J. (2005). Hacia una comunicología posible. San Luis Potosí: Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
Marques de Melo, J. (2003). História do pensamento comunicacional. Cenários e personagens. São Paulo: Paulus.
Marques de Melo, J. (2007). Entre el saber y el poder. Pensamiento comunicacional latinoamericano. Monterrey: Comité Regional Norte de Cooperación con la Unesco.
Mattelart, A. (1995). La invención de la comunicación. México: Siglo XXI.
Miège, B. (1996). El pensamiento comunicacional. México: Universidad Iberoamericana.
Peters, J.D. (1999). Speaking into the air: A history of the idea of communication. Chicago & London: The University of Chicago Press.
Universidad Anáhuac (s/f). Enseñanza = Aprendizaje de la Comunicación. Memoria del III Seminario de Comunicación. México: Universidad Anáhuac.
Uribe, O. (1956,septiembre-diciembre). De la importancia y variedad de la experiencia comunicativa. Revista Mexicana de Sociología, XVIII (3), 563-584.
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GettyImages, Digital Vision.
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