A la memoria de José Abel y Alma Deifilia.
Introducción
Estamos en los albores de cumplir cuatro décadas[1] de que la discusión pública sobre lo que concebimos como problemas ecológicos, de sobrepoblación o de contaminación, sobre todo porque la manifestación de problemas locales de deterioro comenzaron a dimensionarse a una escala mayor por diversas evidencias (pérdida de biodiversidad y cubierta vegetal, agujero en la capa de ozono, alteraciones climáticas, etc.) como una innegable crisis ambiental global que atentaba contra toda forma de vida en el planeta Tierra. No se trata de la primera crisis ambiental por la que pasa nuestro planeta –pensemos en las glaciaciones–, pero sí es la primera que tiene que ver (en diversos niveles de responsabilidad) con una especie viva que lo habita y, más concretamente, en cómo se relaciona con la naturaleza para satisfacer necesidades.
A pesar de la presencia cada vez más notable del tema ambiental en la agenda pública de la sociedad (política y civil), creemos que todavía no hemos podido comunicar la gravedad de la situación con la suficiente fuerza para hacer saber del riesgo en el que estamos como especie (dado que, aun en el escenario de más pesimista, la naturaleza nos sobrevivirá en alguna forma). Para decirlo de una vez: la población del planeta en su generalidad no tiene información confiable, suficiente y pertinente sobre la crisis ambiental y el papel de la sustentabilidad como alternativa a la misma. La comunicación, como el acto de compartir significado a través de mensajes, tiene todavía una larga agenda pendiente en el caso de lo ambiental.
En relación con lo anterior, el comunicador ambiental Hernán Sorhuet (2008) sostiene que la emergencia del cambio climático, como ejemplo emblemático de la grave crisis ambiental actual:
- Es evidente que su presencia acorta los plazos y reduce los niveles de paciencia. Es un fenómeno con una característica única y para muchos novedosa: afectará a toda la humanidad. Y aunque lo hará de diferente manera, en todos los casos será lo suficientemente grave como para movernos el piso.
¿Está consciente la sociedad que debe participar en la preparación de las medidas de adaptación y mitigación al cambio climático? ¿Cómo y cuándo lo hará? A medida que nos enteramos de nuestras vulnerabilidades y de la prospectiva del problema, urge responder esas preguntas.
En estos días la información que recibe la sociedad sobre el devenir del calentamiento global parece abundante. Sin embargo, no es de buena calidad porque el mensaje general que deja es que el problema está aún lejano a nuestra realidad personal y grupal. Y no es así.
El modelo inicia con un proceso de alfabetización. Los conceptos que proponemos son: ambiente, crisis ambiental, sustentabilidad y comunicación ambiental, los cuales son relevantes si vemos que los pocos comunicados ambientales confunden, con frecuencia, la idea de ambiente con naturaleza, crisis con problemática ambiental, desarrollo sustentable con sustentabilidad, y comunicación ambiental con simple información “científica”, dando lugar a innumerables sesgos y tergiversaciones desde ideológicos y semánticos, hasta políticos, económicos y, por supuesto, de comunicación.
El ambiente: una polisemia
El camino del reconocimiento para comunicar la sustentabilidad ambiental ha sido, aunque vertiginoso en su urgencia percibida por la sociedad, tergiversado y limitado en la cabal comprensión casi generalizada. Todavía en la actualidad se escucha con frecuencia frases como “protejamos a la naturaleza”; “defendamos la ecología”; “iniciemos la sustentabilidad financiera”; “salvemos al mundo” o, en reciente anuncio gubernamental, “reforestemos para mantener ocupados a nuestros campesinos”, dicha por políticos, líderes de opinión, actores sociales, comunicadores, empresarios, científicos, medios y hasta seudo-ambientalistas.
Comenzaremos por precisar que el término ecología es distinto al de ambiente. En sentido estricto, Ecología es una disciplina científica encargada de la relación de las especies con su entorno. El ambiente es mucho más que eso. Basta decir que la gran mayoría de los problemas ambientales tienen, de origen, una honda raíz social. Piense usted en el que quiera (la pérdida de un bosque o el incremento de los huracanes) y notará que su origen está en el estilo de desarrollo de la sociedad actual.
A lo largo de la pasada década quedó claro que el discurso ambiental, sobre todo por el ingrediente político que lo expresa, no es ni será nunca un discurso único, neutro. Es múltiple, diverso y en un permanente debate y transformación como ha quedado demostrado en otros trabajos.[2]
Hoy, siguiendo a la canadiense Lucie Sauvé (l996), podemos diferenciar seis conceptos distintos de ambiente, lo que es importante porque, dependiendo de lo que se entienda, se tendrá o no comprensión de él y se actuará en consecuencia de esta noción.
Dichos conceptos y algunas reflexiones sobre ellos son los siguientes:
1. El ambiente como naturaleza. Esta concepción limita el ambiente a “lo natural”, de la que el hombre no está inmerso, expulsado del paraíso terrenal por segunda vez, como lo asegura González Gaudiano. De esta concepción pueden desprenderse prácticas paisajistas, contemplativas (o llamadas también “de regreso”) y admiración de la naturaleza.
2. El ambiente como recurso. El ambiente es la externalidad económica (lo que queda fuera de los procesos productivos y en donde van a dar los desechos) y, al mismo tiempo, la base material de todos los procesos de desarrollo. Este concepto es productivista (el ambiente es la reserva de la producción futura) y está en la médula de la lógica de la conservación y, por supuesto, la acumulación.
3. El ambiente como problema. Aquí los sinónimos son deterioro, amenaza, erosión y contaminación. Las respuestas son, casi siempre, técnicas, fragmentarias y limitadas.
4. El ambiente como medio de vida. Lo que se alude en realidad es el entorno familiar, escolar o laboral. Es el contexto local en el que nos desenvolvemos y, al mismo tiempo, transformamos. El ambiente es lo que nos rodea.
5. El ambiente como biósfera. Es complementario y amplificado al anterior: es el planeta; la casa, el barco y la nave de todos, que tiene límites cada vez más claros. Esta concepción es fundamentalmente filosófica; es el planeta como ser viviente: Gaia.
6. El ambiente como proyecto comunitario. Esta concepción remite a la re-apropiación y manejo adecuado de los recursos naturales, autonomía y democracia políticas, autosatisfacción económico-productiva, y toma de decisiones locales, teniendo en cuenta los componentes naturales y antrópicos. A diferencia de las otras concepciones, aquí se unen conciencia, conocimiento y acción social sobre el entorno inmediato. Es el lugar ideal para comunicar ambientalmente y realizar acciones de sustentabilidad.
La crisis ambiental, mucho más que un problema
Del mismo modo escuchamos, en la vox populi en que se han erigido los medios en el mundo actual, que hay problemas ambientales y a continuación se cita, por ejemplo, la contaminación atmosférica o la basura, para después enunciar una serie de soluciones (desde activistas hasta técnicas) que siempre resultan superficiales, parciales y frustrantes en su aplicación.[3] Los problemas ambientales no son sino síntomas de la enfermedad de nuestro mundo.
La forma más contundente de comunicar la crisis ambiental es ubicarla en un espacio: la globalización; en un tiempo: los últimos 200 años; y en el entendimiento de que el deterioro paulatino de los recursos naturales fue originado por el modo de producción dominante en occidente. Se trata, entonces, del análisis de la crisis ambiental a la luz de lo político, económico, social y cultural, en el marco de las condiciones históricas de la sociedad industrial y posindustrial. Márquez define los ingredientes de la crisis de la siguiente forma:
- Esta relación hombre-naturaleza en la sociedad industrial se podría caracterizar por cuatro aspectos básicos: primero, por el control y la transformación del entorno natural realizado a partir del saber científico, es decir, con el pleno conocimiento de causa de las implicaciones que tiene la intervención humana sobre aquél; segundo, por un fenómeno de escala que implica que muchas de las modificaciones sobre el entorno natural adquieren ahora un carácter planetario; tercero, porque existe una disociación entre lo recomendable, a partir del conocimiento científico, y los dictados de los intereses económicos y comerciales en muchas ocasiones contrapuestos y dominantes; y cuarto, porque nunca antes el hombre estuvo en capacidad de poner en riesgo su propia existencia a partir del crecimiento desigual y de su intervención depredadora de la naturaleza.
- El conocimiento de los procesos de transformación de la naturaleza bajó el enfoque de la sobredeterminación de su proceso de producción y de reproducción sobre la transformación de las culturas y de sus ecosistemas, y a pensar en forma específica de inscripción de los procesos ecológicos en la dinámica del capital. El proceso de valorización del capital a escala mundial, aparece como la causa sobredeterminante de la transformación de los ecosistemas, de su destrucción funcional y de la degradación de su potencial productivo primario” (1994, p. 12).
La obtención indiscriminada de recursos de los ecosistemas en los últimos 30 años no tiene precedente en la historia. Los problemas de deforestación, erosión, incremento poblacional, subconsumo y sobreconsumo, pérdida de la biodiversidad, pobreza, alteraciones atmosféricas y el mismo cambio climático significan, a su vez, limitantes al desarrollo actual y obligan a cambiar los modelos de desarrollo, no sólo para detener las causas que los producen sino también para revertirlos (Arizpe y Carabias, 1992).
Del desarrollo sustentable a la sustentabilidad: caminos que divergieron
Hace 16 años, en Río de Janeiro, Brasil, los representantes de 150 naciones se comprometieron a lograr la sustentabilidad planetaria en la Declaración de Río sobre medio ambiente y desarrollo (1992). Este acuerdo venía precedido por un trabajo de definición conceptual realizado por la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo publicado en 1987 bajo el nombre de Nuestro futuro común. Dicho documento puntualizaba el concepto que funda, conceptualmente, al desarrollo sustentable: “Es el desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.”
Algunos teóricos (Carabias y Provencio, 1993) veían en este concepto dos vertientes muy claramente definidas: la ambientalista y la economicista.
El terreno económico asumía, implícitamente, un desarrollo distinto, sobre todo por la incapacidad de los modelos vigentes para superar los problemas estructurales del empleo, la concentración del ingreso, la pobreza, el atraso tecnológico, la heterogeneidad sectorial y, por supuesto, el deterioro de los recursos naturales. Por otro lado el ambientalismo, que había evolucionado en sus fines y metas en la década de los ochenta, había centrado la discusión más allá del conservacionismo y el agotamiento de los recursos naturales, al mismo tiempo que avanzado a una visión global que daba cuenta de las complejas interrelaciones de los ecosistemas.
Los elementos que se desprendían de este primer concepto de desarrollo sustentable eran tres: la cobertura de necesidades básicas en la presente generación, la capacidad de carga de los sistemas naturales para lograrlo, y la cobertura de las necesidades de las generaciones futuras.
La discusión que se desató después del informe de Nuestro futuro común (Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo, 1987) quedó establecida en la importancia que se da en los países del sur al primer elemento del concepto, y los países del norte en el compromiso transgeneracional de un ambiente sano. Este debate estuvo presente en la Reunión de Río con puntos irreconciliables como el acuerdo sobre la biodiversidad y, más recientemente, el de Kyoto, en relación con los límites a la producción de los gases de invernadero, ambos jamás firmados por el gobierno de Estados Unidos, aunque habría que reconocer que en diciembre pasado, en Balí,[4] la posición de dicho país comenzó a modificarse ante la posibilidad de quedar aislados frente a los demás países.
Sin embargo, aquellas desavenencias en reuniones internacionales en la década de los noventa originaron una disputa en los intereses de los países que se reflejó en el uso y abuso del término que lo hizo polisémico, equívoco y hasta vacío, pues cada quien lo usaba según sus propios intereses.
También ayudó a este proceso de desgaste la imprecisión del término desarrollo sustentable, pues éste adolece, además de deficiencias conceptuales desde la perspectiva económica (no esta definido con claridad el valor de la naturaleza económicamente, tampoco hay indicadores de sustentabilidad económica, ni formas de controlar las externalidades como instrumentos y mecanismos eficaces), en lo ambiental, pues dicho termino también carece de una definición teórica precisa de lo que es el manejo integral de los recursos naturales y de la inclusión de bases ecológicas de tecnologías apropiadas y tradicionales; tampoco se aclara cómo hacer frente a las fuertes desigualdades sociales a escala planetaria. Por lo anterior, hay quienes han visto en el desarrollo sustentable una prolongación matizada de las estrategias desarrollistas (Sachs, 1992).
En resumen, en el concepto no quedaba claro si la propuesta de desarrollo sustentable era la base para la redefinición de la relación sociedad-naturaleza, y por lo tanto una transformación del proceso civilizatorio actual, basándose en una nueva racionalidad ambiental, u otra forma de desarrollo dentro del mismo estilo de desarrollo dominante.
Leff (1998b) va más lejos en su crítica al desarrollo sustentable, pues sostiene que es un discurso suplantador de una idea genuina de proponer un desarrollo alternativo. En la última década hemos visto que el discurso ambiental crítico parece estar sometido a los dictados de la globalización económica:
- Las estrategias de apropiación de los recursos naturales en el proceso de globalización económica han trasferido así sus efectos al campo teórico e ideológico. Es justamente en Río donde fue elaborado y aprobado un programa global (conocido como Agenda XXI) para normar el proceso de desarrollo con base en los principios de la sustentabilidad [...] ahora el discurso neoliberal afirma la desaparición de la contradicción entre ambiente y crecimiento. Los mecanismos de mercado se convierten en el medio más certero y eficaz para internalizar las condiciones ecológicas y los valores ambientales al proceso de crecimiento ecológico.
Se trata ni más ni menos de pensar al planeta y a la especie humana en forma distinta. Cambiar la concepción que se tiene de la identidad, satisfacción de necesidades, nacionalidad, soberanía, autonomía, género, ambiente y, por supuesto, producción, distribución y consumo.
Leff (1998c) propone que para construir esta sustentabilidad se debe incorporar un conjunto de valores y criterios que no pueden ser evaluados en modelos de racionalidad económica ni sometidos, por supuesto, a una medida del mercado. Son cuatro las esferas, estrechamente vinculadas, que deberán incorporarse a la constitución de este concepto: racionalidad sustantiva (que defina valores y objetivos respecto a la sustentabilidad ecológica, equidad social, diversidad ecológica, cultura, etc.); racionalidad teórica (que sistematice los valores anteriores integrándolos a las condiciones materiales y a las potencialidades ambientales y productivas); racionalidad instrumental (que posibilite respuestas técnicas funcionales y operacionales de las anteriores racionalidades) y, por último, racionalidad cultural (que produce la identidad e integridad de cada cultura dando coherencia en sus prácticas sociales y productivas). Tareas todas ellas nada sencillas, pero inevitables, si queremos tener un futuro, al mismo tiempo que serán una forma de comunicar ambientalmente en forma distinta.
La comunicación ambiental no es una opción para nuestra generación planetaria
La comunicación ambiental debe entenderse, en principio, como un saber interdisciplinario, pues integra diversas disciplinas que aportan conceptos, metodologías y herramientas para entender y posibilitar la cabal apropiación a la sociedad de la complejidad ambiental, con una base científica.
La comunicación ambiental es, entonces, una herramienta de intervención social y, en el mejor escenario, un medio para informar sobre la crisis ambiental en sus manifestaciones globales, nacionales y locales: bajo el esquema de impactar en el pensamiento global para tomar decisiones locales; y a la inversa, es decir, pensar localmente y buscar el impacto planetario, por lo que debe posibilitar las alternativas comunicativas internas de las comunidades y, al mismo tiempo, extender las que generen las sociedades del conocimiento tendientes a la sustentabilidad.
Es indispensable aclararlo: la comunicación ambiental es un conocimiento y sus cada vez más amplias redes de difusión, necesaria e impostergable para la generación presente y para las futuras, lo será aún más. No es una opción. Es un asunto que nos compete y compromete a todos. Lo que está en juego no es sólo un problema ético, sino de la supervivencia de la vida en el planeta Tierra, y de la especie humana en particular, por el insostenible uso de los recursos naturales impuesto por el modelo de desarrollo económico dominante. Las prácticas socioambientales cotidianas, en las civilizaciones modernas, son evidencia de una cosmovisión a veces sincrética, con raíces históricas de diversa profundidad, que se encuentran influidas por una multiplicidad de factores sociales, económicos y políticos, evidentes en una cultura occidental avasalladora en la imposición de formas de producción y consumo. También ese mismo estilo de vida ha generado una forma de comunicación materializada en medios que potencia el hiperconsumo y que influye en desvirtuar los valores locales.
Construir una racionalidad social y ambiental alternativa sustentable pasará, inevitablemente pero consciente del reto y capaz de enfrentarlo, por la construcción de una comunicación ambiental y ésta, a su vez, por una labor de difusión, de compartir y convencer más que manipular, de desviar la atención o imponer.
Una orientación necesaria es la complejidad. La comunicación ambiental no se puede reducir a la información y fomento de hábitos parcelados, mecánicos y verticales como poner la basura en su lugar, separar los desechos, cerrar la llave del agua, alternar el pronto pago del vital liquido o apagar la luz, los cuales, sin duda, son benéficos pero de corto alcance y escaso valor educativo. La comunicación ambiental debe superar el voluntarismo desinformado y las acciones por moda. Es más bien un enfoque comunicativo centrado en difundir prácticas que permitan profundizar en los valores culturales de una comunidad, el reconocimiento de su historia, su ubicación en un contexto histórico cambiante en el que el hombre y la naturaleza se entrelazan inevitablemente. Obedece a inercias homogéneas no siempre acordes a las condiciones sociales y naturales de las comunidades cuyos efectos impactan de diversas maneras en la cultura y la vida propia. Es una mirada que no renuncia a percibir las relaciones múltiples en tiempo y espacio de lo que se hace, se deshace o deja de hacerse, pues es una oportunidad de construir una identidad sólida, siempre deseable, como resultado de una información pertinente sobre el entorno.
Así, convendrá más hacer reflexionar, por medio de mensajes claros y contundentes acerca, por ejemplo, del origen de los desechos sólidos que se producen en la ciudad, de los motivos que llevan a consumir lo que más desechos genera, de la forma en que se obtenía el agua en el pasado, la forma en que se conservaba y, tal vez, la forma en que se fue contaminando y agotando para proponer su manejo en forma sustentable; o también preguntarse desde cuándo la comunidad cuenta con energía eléctrica, cómo se produce y para qué se usa, qué beneficios trae, quién se beneficia más de ella, por qué es necesario cubrir sus costos y lo que esto implica en un contexto nacional, y qué son las energías alternativas o renovables.
Ejemplos de prácticas de comunicación ambientales susceptibles de reflexiones como las aquí propuestas son: las formas de recreación y turismo, la alimentación, la preparación de los alimentos, la forma de tratamiento de las enfermedades por curar o su prevención, el uso de medios de transporte, el uso de útiles y materiales escolares, las formas de construcción de la vivienda, las fuentes de ingreso económico de la comunidad, las fiestas y tradiciones, el mejor aprovechamiento de los recursos naturales de la localidad, etcétera. Este tipo de temas generalmente recibe un tratamiento poco reflexivo que se reduce a eslóganes sin contenido significativo.
Conclusión
El tema ambiental, ambiental en las últimas décadas, ha generado una diversidad de discursos heterogéneos que están marcados, en forma definitiva, por el uso y aprovechamiento de la naturaleza y de los recursos naturales (Leff, 1998a, p. 25) que se posean, según determinados intereses o posiciones con frecuencia antagónicas. Es decir, que hay que partir de la base de que lo ambiental no puede entenderse desde sólo una posición; es más bien un campo de batalla en la que entran en juego visiones, intereses económicos, perspectivas científicas, etc. Hay que reconocer, que en este mar de desconcierto comunicativo, se ha extraviado el marino de la contundencia discursiva que posibilita contener y revertir la crisis ambiental, así como orientar la navegación hacia la sustentabilidad.
El objetivo de este artículo es volver a rastrar la base de cuatro conceptos clave, sin duda valiosos para la construcción de un modelo de comunicación ambiental, que primero alfabetice y evalué, para después trasmitir, informar, sensibilizar y construir alternativas hacia un futuro más promisorio para la presente y futura generación humana, con formas de producción y consumo más armónicas con la naturaleza.
Por último, vale la pena recordar que el lema de la Universidad Anáhuac es "Vencer al mal con el bien", y en este contexto hacia la sustentabilidad vale la pena citar lo que Elizalde sostiene (2003) en su redefinición de lo que es el bien:
- […] Sólo aquello que en una perspectiva sistémica, mirando en escalas temporales transgeracionales, en dimensiones territoriales no sólo locales sino también globales, y además en miradas transculturales, sea capaz de generar bucles de retroalimentación positivos, causaciones circulares acumulativas, esto es, sinergias, potenciamientos y enriquecimientos mutuos.
En futuras entregas será necesario establecer las formas operativas de evaluación, difusión e intercambio, que den sentido e integridad al modelo de comunicación para la sustentabilidad, atendiendo al cambio climático global.
Referencias
Arizpe. L & Carabias J. (1992, julio). México ante el cambio global. Antropológicas, (3), 12-18. México: UNAM.
Carabias, J & Provencio, E. (1993). El enfoque del desarrollo sustentable: una nota introductoria. México: UNAM.
Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (1987). Nuestro futuro común. Madrid: Alianza Editorial.
Elizalde, A. (2003). Desarrollo humano y ética para la sustentabilidad. México: Universidad Bolivariana.
Guggenheim, D. (2006). An inconvenient truth. L. Bender, B. Scott & L. David (prod.). EUA: Paramount Classics.
Leff, E. (1994). Ecología y capital: racionalidad ambiental, democracia, participativa y desarrollo sustentable (2a. ed.). México: Siglo XXI.
Leff, E. (1998a). Economía ecológica y economía productiva. El saber ambiental: sustentabilidad, racionalidad, complejidad, poder. México: Siglo XXI.
Leff, E. (1998b). Globalización, ambiente y sustentabilidad del desarrollo. El saber ambiental: sustentabilidad, racionalidad, complejidad, poder. México: Siglo XXI.
Leff, E. (1998c). El concepto de racionalidad ambiental. El saber ambiental: sustentabilidad, racionalidad, complejidad, poder. México: Siglo XXI.
Mires, F. (1996). La revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad. La revolución ecológica: palimpsesto de nuestro tiempo .Venezuela: Nueva Sociedad.
Ramírez, R. T. ( 1997). Malthus entre nosotros. Discursos ambientales y la política demográfica en México. México: Taller Abierto.
Sachs, I., (1992). Ecodesarrollo, desarrollo sin destrucción. México: El Colegio de México.
Sorhuet, H. (2008, 9 de enero). ¿Está ocurriendo? El País; Uruguay.
Suavé, L. (1996). Environmental and sustainable development: Furt her appraisal. Canadian Journal of Environmental Education, p. 7-34.
Anexo 1
[2] Para profundizar en este aspecto véase Mires, F. (1996), y a Ramirez, R. T. (1997).
[3] Como ejemplo podemos citar recientes documentales como Una verdad incómoda (Guggenheim, 2006), obra notable en la realización e impacto social (ganadora de un premio Nobel y un Oscar cinematográfico) que, sin embargo, al final del film da una lista de tareas que incluyen acciones como usar autos híbridos, bañarse con menos agua caliente, comprar alimentos frescos, etc., culpabilizando a un probable ciudadano de cosas que muchas veces están fuera de su alcance. Desgraciadamente no es el único caso en los medios.
[4] Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático desarrollada en la isla Indonesia de Bali en diciembre de 2007.
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